Protector: PROYECTO NENUKI
Mayer el perrito norteño esperó mas de un año para encontrar a su familia definitiva a muchos kilometros de distancia de donde nació.
Me llamo Mayer y soy un perro grande y delgado de más de 7 años. Nací y crecí en el desierto a las afueras de la ciudad de Torreón. Mis hermanos y yo andábamos hurgando siempre en los basureros y comíamos de las sobras que dejaban los camioneros en la carretera. A nuestra madre la atropellaron, a algunos de mis hermanos los dejé de ver y a los demás se los llevó la camioneta de la perrera. Yo crecí aprendiendo a sobrevivir, había días que no comía más que un trozo de servilleta con olor a tacos. Cierto día seguí a un joven albañil que me acaricio la cabeza, mi primer caricia en años y llegue con él hasta donde trabajaba. Un hotel y centro comercial en construcción. En ese sitio había más perritos que con el tiempo se fueron con los trabajadores de la obra, yo me quede ahí solito. Cuando la obra terminó se fueron mis amigos humanos y yo tuve la suerte de que los empleados de algunos restaurantes me daban sobras de alimento. Así pasaron un par de años. El día 27 de diciembre de 2014 estaba recostado en un área cercana al estacionamiento del hotel cuando de pronto escuché una voz suave que me hablaba con cariño. ¿“Hola perrito, tienes hambre”? Ahí estaba frente a mí una mujer que llevaba en un plato de plástico algo que olía delicioso, eran las sobras de arroz con pollo que le pidió a su esposo que no comiera para llevarme. Esa pareja estaba de paso en la ciudad para llevar las cenizas de una persona y reunirse con algunos familiares. Durante tres días esa mujer y su marido me visitaron, me llevaban croquetas con salchichas y el día antes de su partida ella me dijo algo que no alcanzaba a comprender. “Te llamarás Mayer y te vas a ir con nosotros” Yo hasta después supe que habían obtenido un carnet de vacunas, un certificado médico y que los familiares habían hecho una colecta para comprar una transportadora y reservaron mi espacio en el vuelo que tomarían al día siguiente. Cuando llegaron por mi ya tenían todo arreglado, solo les faltaba yo que los estaba esperando. La mujer me rodeó con una bufanda y me subieron al auto. Yo iba muy nervioso y no entendía nada. Llegamos a un lugar en donde un señor que es veterinario, me guardo unas horas en lo que llegaba el momento de irnos al aeropuerto. Todos estábamos un poco ansiosos y llego el momento de documentarme, me llevaron a una zona en donde esperaba junto a otro perrito que viajaría también y muchas maletas. El vuelo se retrasó pero después de varias horas ya estábamos en otra ciudad, de noche y con olores y sonidos distintos. Esa noche me llevaron a una veterinaria, confieso que no dormí mucho porque eran muchas emociones juntas. Al día siguiente fue mi primer paseo en esta gran ciudad, y poco a poco fui adquiriendo confianza, hice amigos y acepte mi nueva realidad. Paso más de un año, muchos amigos llegaron, unos se fueron y algunos trascendieron. Yo a pesar del cariño de mis amigos humanos, sentía que me hacía falta algo, deseaba ser mas libre y empecé a adquirir una costumbre rara de dar vueltas en el corral. Si, mientras los demás perros jugaban o descansaban, yo daba vueltas y vueltas sin parar y eso hizo que bajara de peso considerablemente. Pero de pronto, sucedió algo que cambió todo para mi. Una amiga que hace años ya había adoptado un perrito, se contactó con Diana para decirle que querían adoptar un perro grande, muy grande. Ella de inmediato pensó en mí y se organizaron para que me conocieran. Me llevaron ante una bella mujer y un señor muy amigable que me hablaban con mucho cariño, me acariciaron y me preguntaban si me quería ir con ellos. También conocieron a mi amigo Derek y acordaron que cada uno iría a su casa un par de días para ver si nos adaptábamos bien con la manada. Ayer fuimos a conocer a mis hermanos y no hubo ningún problema, todos me fueron recibiendo con amabilidad y curiosidad. Hoy decidieron que ya no quieren probar con mi amigo Derek y que quieren que yo sea parte de su familia, me porte muy bien y me he adaptado de maravilla. Ya no doy vueltas ni ladro como loco. Tendré dos casas, la de CDMX y la de Veracruz donde tenemos un campo muy grande para correr y jugar. Nunca perdí la esperanza y aunque extraño ser “pata de perro” como lo fui en Torreón, hoy sé que puedo ser un perro de familia y muy feliz. Me llamo Mayer y soy un gran perro negro, feliz y platicador, un Norteño feliz!!!